La barbarie del acto terrorista del 11 de septiembre conmovió a todo el mundo sensato. Desgarradoras imágenes repetidas por todos los medios de prensa y televisoras desbordaron la ira y el pavor. Casi en tiempo real, con los ojos fuera de órbitas y repletos de lágrimas, la gente pudo ver la caída de las Torres Gemelas y sus gravísimas consecuencias. En todo el mundo se generalizó el pesar y la solidaridad humana alcanzó niveles insospechados. Cuba, como siempre, fue la primera en condenar la incalificable matanza y manifestó la apertura de sus aeropuertos a las naves que no pudieran tocar suelo norteamericano por la situación creada. Fue honda la pena entre los cubanos y sufrimos a las víctimas como si hubieran sido nuestras porque una larga y prolongada historia, que aún continúa, ha obligado a tres generaciones en este país a resistir el terrorismo y vivir bajo su constante amenaza: muchas vidas, mucha destrucción, mucha tristeza que ha costado siempre, desde hace ya 45 años y hasta hoy, con una complicidad que pudiera provocar escándalo. Constituye una verdadera afrenta a los que perecieron el 11 de septiembre el hecho de que malhechores terroristas se paseen impunemente por las calles de Miami y de otras ciudades de los Estados Unidos sin que la justicia sea ejercida. El ejemplo más reciente lo tenemos en la farsa orquestada en El Paso al connotado terrorista de este hemisferio Luis Posada Carriles, el que, aparte de su extensa hoja de servicios, planificó el asesinato de nuestro Comandante en Jefe en el Paraninfo universitario panameño donde se reunirían miles de estudiantes. También insulta a la memoria de esos muertos el hecho de que cinco cubanos estén aún presos en cárceles norteamericanas injustamente por defender a Cuba y al propio pueblo norteamericano, como se ha demostrado, de las acciones terroristas. El 11 de septiembre produjo un cambio a escala global a partir del cual todos fuimos más inseguros. Estados Unidos consolidó su papel como la única superpotencia ascendiendo a la categoría de hiperpotencia y utilizó la lucha contra el terrorismo como estandarte para imponer su hegemonía al resto del mundo. En su Mensaje a la Nación ya Bush había definido el conflicto para el mundo en los siguientes términos: “cualquiera, en cualquier lugar tiene ahora que tomar una decisión, o está con nosotros o está contra el terrorismo” y calificó el “conflicto” como una guerra prolongada, de muchos años, que no ha tenido comparación en la historia. De esta forma nacía una estrategia salvadora con el diseño de una nueva filosofía, con la idea del gobierno global que ejercería su dominación mediante el predominio militar unilateral sin someterse a las instituciones internacionales. Su objetivo ahora será tomar la justicia por su mano y de arrogarse el papel de establecer normas a escala mundial, dictar sentencia, determinar amenazas, usar la fuerza, de acuerdo con sus intereses y principios: Un solo jefe, un solo juez, una sola ley. La base de ideas de esta política no nacieron el 11 de septiembre. Fidel demostró pocos días después que son parte de la propia filosofía yanqui y que formaban parte del unilateralismo intervencionista protagonizado por un grupo de importantes neoconservadores agrupados en importantes fundaciones que se daban cita en las oficinas del Vicepresidente del Departamento de Defensa y del Consejo de Seguridad Nacional. Lo que anunció Bush en la sesión conjunta del Congreso, se amplió en el Mensaje a la Unión en enero de 2002 al extender la lucha contra el terrorismo de Al Qaeda y Afganistán a las llamadas armas de destrucción masiva en manos del “eje del mal”. Irán, Iraq y Corea del Norte pasaron a integrar la lista de los amenazados. En su discurso en West Point el primero de junio de 2002, el flamante Presidente comunicaba los principios de la nueva concepción cuando declaró que las doctrinas de la guerra fría debían dar paso a un nuevo pensamiento radicalmente diferente: el “ataque preventivo”... “Debemos llevar la batalla al enemigo, transformar sus planes”... “Debemos descubrir células terroristas en 60 países o más.” Para nosotros no resultó novedosa esa redefinición de la soberanía porque en 1923, John Quincy Adams nos había legado la Doctrina Monroe “América para los Americanos” (Del Norte). Esta doctrina no fue un tratado sino una decisión unilateral del gobierno yanqui, parecido a como lo hacen hoy. También en Granada y en Panamá en la década de los ´80 tuvimos intervenciones militares “preventivas”. Si para el mundo esta nueva política ha significado un grave peligro, para nosotros son peores, precisamente por ser nuestro enemigo visceral y encontrarnos en el hemisferio occidental solo a 90 millas de sus costas, además de formar parte de la lista de los 60 países que ellos definen como terroristas sin razón alguna y solo por asuntos de política doméstica que podrían desencadenar, “por motivos de seguridad nacional”, en un ataque preventivo. En la Conferencia del Partido Republicano celebrada en Washington se ratificó, con la aprobación de Bush como candidato, la continuidad de la política abrazada al terrorismo y a la guerra haciendo de ellos el paradigma de la fuerza e invencibilidad de la Gran Nación.
Ha sido este el pretexto para la guerra, el genocidio y la lucha por el control de los combustibles y la energía. Ha sido la campaña más desgarradora de los últimos 50 años. No hemos estado ausentes de las grandes amenazas, la polñítica hostil contra nuestro país aprobando la segunda parte del Plan Bus con sus MEDIDAS SECRETAS que solo pueden promover la agresión directa o la guerra como lo han hecho ya en el oriente medio y amenazan descaradamente a Irán oponiéndose a que este país pueda utilizar la energía nuclear para su desarrollo.La historia contemporánea, una vez ocurrido esta especie de holocausto podría dividirse en “Antes del 11 de septiembre” y “Después del 11 de septiembre”. La concepción de la convivencia humana en el planeta hizo un viraje de 360 grados y cada vez se arrecia más. La lucha de estos tiempos es por salvar a los seres humanos porque tenemos la convicción de que un mundo mejor es posible y tenemos que hacerlo nosotros mismos: los pueblos.