Por Sergio I. Rivero Carrasco
El Chirri es un abuelo
que peina canas ya cercano a los 80, pero muy fuerte; la fluidez de su
conversación y capacidad para comunicarse con sus similares y otras personas
que lo acompañan en ocasiones en la cola del pan en la panadería del Bulevard,
llaman la atención. Es conversador por excelencia, pero detrás de ese hablar
continuo, aprecio en su mirada una tristeza incuestionable.
Un día por
coincidencia en el lugar, le pregunto por su verdadero nombre y apellidos, pero
rehúsa a decírmelos, además, me advierte que me conforme con Chirri, que es por
el que los amigos lo conocen. A la pregunta de cómo se siente en su hogar, me
responde con otra pregunta: - ¿Nunca te has sentido como si fueras invisible?.
Le respondo que no, aunque no tengo su edad ya he vivido 67 años y siempre he
sentido que estoy presente.
Entonces me cuenta
que cada día al llega a su casa, siente como que el mundo se le cierra porque
ahí comienza su vida de invisible. Cuando abre la puerta ninguno de los
miembros de su familia se interesa por él, solo están pendientes del mandado de
la bodega o si lleva el pan, pero nadie se interesa por otras cosas que son
importantes.; entonces va directo a su cuarto, que además comparte con un nieto
joven al que tiene que arreglarle la cama porque el nene “no se ocupa de eso”.
Su hija y el
yerno, siempre ocupados, muy ocupados, y no tienen tiempo para conversar, ni
siquiera para complacerlo para que pueda ver la televisión por la noche, porque
a esa hora ya tiene que dormir. Se queja que tampoco puede dormir porque su nieto
y los amigos ponen la música bien alta y nadie se ocupa de asegurar su
descanso.
Cuando se queja
a la hija por esos problemas le dice: “Papá, ya tú estás viejo, ¡deja que ellos
vivan!”. Refiere además, que en ocasiones planifican viajes a diferentes
lugares y nunca le han preguntado si le gustaría ir. “Pero mi privacidad es
violada todo el tiempo, me omiten en las decisiones, no puedo dar criterios, es
como si yo fuera invisible. Sencillamente para ellos no existo. Tengo miedo
enfermarme porque no sé si me podrán cuidar”, dice en tono triste.
Esta historia me
conmueve, aunque por suerte, no es una generalidad. Me doy cuenta entonces porqué el Chirri no para
de hablar y se comunique continuamente con las personas que esperan en la cola
y trate de hacerse presente todo el tiempo, aunque en la noche se convierta en
un anciano invisible para su familia.
El mayor
problema, a nuestro juicio, es la agresión silenciosa a que él está sometido
continuamente. No es física ni verbal, pero sí una de las más sutiles y
cotidianas formas de maltrato que sufren las personas de la tercera edad en el
seno familiar, muchas veces sin la conciencia o mala intención de los que le
rodean.
Aun cuando la mayoría
de los ancianos son cuidados y atendidos con cariño en el hogar, una
considerable cantidad de agresiones tienen lugar en el seno de la familia. La
situación que se plantea no es sencilla. Ellos son las personas que generación
tras generación han estado cuidándonos, alimentándonos y educándonos, debemos
no solo respetarlos y ayudarlos, sino estar a su lado en su difícil y cuidadoso
proceso de envejecimiento.
Si tenemos en
cuenta la velocidad con la que avanza el envejecimiento de la población en el
mundo, y en la Isla de la Juventud en particular, la familia, las instituciones
y los medios de comunicación están llamados a mostrar el peligro que encierra
la falta de percepción del riesgo, al no entregar desde el seno familiar el
amor y la atención diferenciada que estas personas requieren para hacer más
feliz su existencia, ya que a pesar de no ser un país desarrollado y presentar
serios problemas económicos arreciados por el recrudecimiento del bloqueo por
casi 60 años, la esperanza de vida de los cubanos está sobre los 80 años y Chirri
es un ejemplo de ello.
Del grado de consideración que tengan como miembros de la familia, dependerá en gran parte, su
seguridad, salud y felicidad. Sentirán cada día el calor del hogar, el amor de
sus seres queridos, el respeto a su espacio y la comprensión con los cambios en
el modo de actuar se producen, pero sobre todas las cosas se sentirán útiles y
vivos, no como pavorosos ancianos invisibles, en plena vida.
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