Por Abel Pérez García
Mentir es faltar a la verdad a sabiendas. Es una afirmación falsa que crea una idea o una imagen también falsa, pero sobre todo, tiene patas cortas, está muy asociada a la memoria, razón por la cual no llega muy lejos.
La
mentira es tan antigua como la existencia del ser humano que la ha usado en
función de sus intereses, o de los que representan, y le ha costado muchas
vidas a la humanidad, también disgustos entre familias, amigos y allegados. Su
efecto destructivo es inmenso.
Quién
miente necesita falsar la verdad para dar una
imagen diferente de lo que realmente se percibe. Es propia de personas paranoides,
por eso es patológica. Formaba parte de la teoría de Gooebel, ideólogo del
nacifascismo alemán de Hitler, quien decía que “repetida muchas veces adquiere tanta fuerza como la verdad”.
Se aprende a mentir desde niño, porque se les enseña
o por los malos ejemplos que reciben en el entorno familiar o social.
Tomas de Aquino distingue tres, la útil, la
humorística y la maliciosa, sin embargo, según él, las tres son pecados. ¡No
pequemos!
El personaje más conocido como representante de la
mentira es PINOCHO, cuya nariz crecía cada vez que decía alguna. Pero hoy en el
planeta están creciendo los narizones. Hagamos todo lo posible para que las
nuestras no crezcan.
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