viernes, septiembre 17, 2021

Excepcionales guerrilleras del tiempo

 

Por Sergio I. Rivero Carrasco

Cuando se habla de Lidia Doce y Clodomira Acosta Ferrals, llama la atención que a la distancia de 20 años una de la otra y sus ejemplares desempeños como mensajeras de la guerrilla con una incondicionalidad compartida como aguerridas protagonistas como enlaces de la guerrilla. Clodomira entre la Columna No. 1 “José Martí”, dirigida por Fidel y los demás refuerzos del Ejército Rebelde que operaban en la Sierra y el llano, y Lidia, que también gozaba de toda la confianza de Fidel y del Che, con excepcionales facilidades para burlar al enemigo demostradas en disímiles circunstancias límites.

El 12 de septiembre de 1958 fue un día muy sombrío para esas dos humildes mujeres cubanas, ya que en esa fecha decenas de esbirros, montados en autos patrulleros, fueron conducidos por un delator, a un edificio de la calle Rita, en el reparto Juanelo, en La Habana donde se escondían Lidia Doce y Clodomira Acosta Ferrals, excelentes revolucionarias vinculadas a la lucha en la Sierra Maestra; junto a ellas también se se guarecían en el inmueble sus compañeros de ideales Alberto Álvarez, Reynaldo Cruz, Onelio Dampiel y Leonardo Valdés.

Como se ha explicado en innumerables ocasiones, los esbirros batistianos estaban a la caza de ellos por el secuestro de la Virgen de Regla y el ajusticiamiento del chivato Manolo Sosa (Manolo el Relojero). En este último acontecimiento habían participado Alberto y Reynaldo que junto a sus compañeros fueron acribillados a balazos ese mismo 12 de septiembre; hecho en el que sobresalen los 52 impactos de balas recibidos en el cuerpo por Reynaldo Cruz. Lidia y Clodomira fueron sacadas a la fuerza y transportadas a dos estaciones de policía en las que recibieron incontables torturas, imposibles de describir.

Un guardaespaldas del tristemente célebre Esteban Ventura Novo, contó en el juicio que se le seguiría en 1959 que una gran cicatriz que él tenía en su hombro fue hecha por una mordida de Clodomira, quien defendió de manera valiente al extremo a Lidia mientras la maltrataban.

La noche del 14 de septiembre de 1958 el jefe de servicio de Inteligencia Naval, Julio Laurent, un muy bien conocido criminal,  convenció a Ventura para que se las entregara y como era de esperar las maltrató extraordinariamente para que “cantaran”, como bien dicen los esbirros. Pero como ninguna de las dos habló, fueron introducidas en unos sacos de arena, montadas en una lancha y hundidas en el mar... Se dice que a Lidia llegaron a sumergirla dos veces, la última casi sin vida, y Clodomira murió un rato después el 17 de septiembre de 1958 en las aguas de una zona cercana al Castillo de La Chorrera.

Se apagaba así de la forma más brutal e inhumana la vida de estas dos guerrilleras que no creyeron en la muerte y todavía hoy con su ejemplo transitan por la vida de este pueblo que las quiere, admira y venera.

El Che quién las admiraba sobremanera por sus excepcionales condiciones como guerrilleras y mujeres valientes, expresó su respeto: “Sus cuerpos han desaparecido, están durmiendo su último sueño, Lidia y Clodomira, sin dudas, juntas, como juntas lucharon en los últimos días de la gran batalla por la libertad (...) Dentro del Ejército Rebelde, entre los que pelearon y se sacrificaron en aquellos días angustiosos, vivirá eternamente la memoria de las mujeres que hacían posible con su riesgo cotidiano las comunicaciones por toda la isla, y entre todas ellas, para nosotros, para los que estuvimos en el frente número uno, y personalmente para mí, Lidia ocupa un lugar de preferencia”.

Mientras que Fidel expresó sentidas palabras que revelan su estirpe y valía: ” Mujeres heroicas. Clodomira era una joven humilde, de una inteligencia y una valentía a toda prueba, junto con Lidia torturada y asesinada pero sin que revelaran un solo secreto ni dijeran una sola palabra al enemigo”.

La muerte de las combatientes Lidia Doce Sánchez y Clodomira Acosta Ferrales el 17 de septiembre de 1958, a manos de esbirros batistianos, fue un golpazo terrible cuando ya estaba en marcha la ofensiva final del Ejército Rebelde que traería la alborada del Primero de Enero de 1959. Ellas murieron fieles a la causa, sin declinar, tras días de fuertes torturas y sádicos tormentos.

El destino unió el accionar de estas dos excepcionales cubanas, sus vidas y sus muertes al servicio de lo que ellas consideraron su deber mayor: la lucha por la justicia y la libertad de la Patria, pasando a la historia como excepcionales guerrilleras del tiempo.


 

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