Por la hondura y fortaleza de este trabajo, publicado por el dominical Juventud Rebelde, me uno a la protesta contra los que persisten en arrebatar nuestra identidad y las históricas convicciones de libertad ante las enfermizas ansias de poseernos por parte de los Estados Unidos cuando todavía no se habían constituído como nación, violando así los principios enarbolados por su Constitución.
Por: Ricardo Ronquillo Bello
Si entre las palmas erguidas de nuestros montes suele afirmarse que al «pájaro se le conoce por su ‘cagá’», en esta hora de Cuba a algunos se les descubre mejor por lo que «vomitan».
Los hay que no se avergüenzan de ser prostitutas ideológicas, aunque algún teórico prefiera llamarlos de manera más catedrática. Llevan mente de prostíbulo; dispuestos a vender hasta su alma.
Esto es lo menos que puede sentirse cuando se lee un artículo como el publicado recientemente en The Miami Herald, bajo el título De Martí a la Realidad, cuyo autor no es importante, porque en su esencia lo que gravita es la añeja encrucijada de nuestra Patria entre la independencia y el anexionismo:
«...Dicho con vulgar claridad: los americanos no tienen la culpa de nuestros problemas. José Martí fue intelectualmente deshonesto y políticamente demagógico cuando le postuló a Cuba la misión de impedir la expansión de la influencia gringa sobre el resto de nuestros países».
Tan solo pasar la vista por sobre esas letras irrita, ofende. Repasar tanta impudicia, invita a pensar que la impotencia para derrotar el proyecto de la Revolución Cubana, lleva a un sector de sus enemigos a abandonar la apuesta de regatearle el apostolado martiano —como ocurrió hasta hoy—, para intentar borrarlo todo. Hacer con el legado y la herencia política, ética, moral y patriótica del país lo que con Sodoma y Gomorra.
Con ello los neoanexionistas tampoco inventan nada. El desprecio absoluto hacia Cuba, los valores de su pueblo y sus esencias, es tan añejo como el mismo proceso de «americanización» del país, que comenzó a delinearse desde los primeros años del siglo XIX, cuando Thomas Jefferson, uno de los fundadores de la Unión, confesó con «candor» que siempre había mirado a Cuba como la adición «más interesante que podría hacerse a nuestro sistema de Estado»; y más tarde, cuando John Quincy Adams acuñó el término del fatalismo geográfico, al plantear su doctrina de la «fruta madura»: «Así como una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento, no puede aunque quiera dejar de caer en el suelo, así Cuba una vez separada de España (...) tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana...»
Desde esos lejanos comienzos el anexionismo mesiánico y sentimental de los norteamericanos estuvo marcado por el mismo desprecio con el que ahora el Herald y algunos de sus agoreros atacan a esa columna patriótica, moral, ética y justiciera que es José Martí.
Así lo revelaba el diario El Delta, de Nueva Orleans, en 1852: «Su lenguaje (el de los cubanos) será lo primero en desaparecer, porque el idioma latino bastardo de su nación no podrá resistir apenas por tiempo alguno el poder competitivo del robusto y vigoroso inglés... Su sentimentalismo político y sus tendencias anárquicas seguirán rápidamente al lenguaje y de modo gradual, la absorción del pueblo llegará a ser completa —debiéndose todo al inevitable dominio de la mente americana sobre una raza inferior».
Ofensas similares contiene la comunicación del señor Breckenridge, subsecretario de Guerra de los Estados Unidos, en diciembre de 1897, al teniente general del Ejército norteamericano N. S. Miles, nombrado General en Jefe de las fuerzas que realizarían la intervención militar en el conflicto independentista cubano.
«Cuba con un territorio mayor tiene una población mayor que Puerto Rico. Esta consiste de blancos, negros y asiáticos y sus mezclas. Los habitantes son generalmente indolentes y apáticos. Claro está que la anexión inmediata a nuestra Federación de elementos tan perturbadores en tan gran número, sería una locura, y antes de plantearlo debemos sanear ese país».
Gonzalo de Quesada, patriota cercano a Martí, denunció el acoso de esas vejaciones: «Hoy se pregona (en los Estados Unidos) nuestra incapacidad para mantenernos sin la ayuda del extranjero. Se ponen de relieve nuestras faltas y nuestros hombres son motivos de mofa... Los centenares de millones de pesos invertidos en Cuba son, a sus ojos, de más monta que nuestro futuro intelectual y moral. Él ora exige estabilidad, tranquilidad, prosperidad... y paz, aunque sea la de los sepulcros».
A quienes pretenden ahora someter a autopsia el alma venerable de la nación cubana para enterrarla en los sepulcros se les puede contestar con la virilidad patriótica con que José Martí desmontó los improperios de The Manufacturer de Filadelfia, el 21 de marzo de 1889, cuando esta publicación nos catalogó como pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales, afeminados, con aversión a todo esfuerzo, incapaces de valernos, perezosos, incapacitados por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía en un país grande y libre, faltos de fuerza viril y de respeto propio...
En fecha tan temprana el Apóstol había descaracterizado a esas aves que vuelan en el cielo de barras y estrellas que se les abre en el Herald: «Solo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener la libertad sin pagarla a su precio...»