Por Lázaro Fariñas*
No
se puede hablar de la mayor parte de los políticos norteamericanos sin agregarle
el apellido de mentirosos. La
mentira, entre casi todos ellos, ha sido una constante. Tratar de engañar a los ciudadanos para
conseguir sus votos ha sido una forma de actuar que se ha mantenido por decenas
y decenas de años durante la época de elecciones en este país. Junto con la demagogia, la mentira ha
estado presente en cada elección que se ha llevado a cabo en Estados Unidos en
los últimos dos siglos. Prometer cosas y después no cumplirlas es un algo
natural para casi cualquier político norteamericano.
Cuentan
que, en un discurso, un candidato a la presidencia del Ecuador prometió
construir un puente y cuando le gritaron que en esa localidad no había un río,
entonces, en el mismo discurso, les prometió hacerles también el río. No sé si el cuento fue cierto o no, pero no
hay porqué dudarlo. Casi todos los
políticos prometen lo que tengan que prometer con tal de ganar una elección. Lo
que ocurre es que algunos políticos son cautelosos con las mentiras y se cuidan
de ocultarlas dentro de ciertas verdades para que estas no sean descubiertas
fácilmente.
En los Estados Unidos, por el sistema electoral que existe, es muy fácil decir una cosa en un estado y decir lo contrario en otro. Aquí, los votos en las elecciones presidenciales, como se sabe, no se cuentan haciendo una suma total de los mismos en toda la nación, sino que se suman por estados y el que tenga la mayoría de los votos en un estado determinado es el que gana todos los votos electorales del mismo. Se han dado casos en los que el presidente que ha salido electo ha sacado menos votos populares en toda la nación que el que ha perdido. En las elecciones del año 2000, George W Bush le ganó a Al Gore, sin embargo y más allá de las trampas, a nivel nacional Gore sacó más de medio millón de votos más que el elegido.
Así
es que a los candidatos lo que les importa es ganar los estados y para ello,
dicen en los mismos lo que los electores locales quieren oír. Hay que entender que los problemas de una
región del país no son necesariamente los de otra. La Florida puede tener un desempleo del
10 % y el Estado de Delaware tener solo el 7.5%. De ahí que el discurso de los candidatos
sea diferente en uno o en otro estado.
En
los Estados Unidos, con el sistema de dos partidos, existen estados en los
cuales un candidato ni siquiera hace campaña electoral, ya que sabe que ese
estado es definitivamente favorable al contrario. Por ejemplo, un candidato republicano no gasta
ni un minuto de su tiempo en hacer campaña política en New York, pues sabe que
los votantes de allí, en su mayoría, votan por el candidato
demócrata.
Así
es que los cuentos de los aspirantes a la presidencia pueden ser diferentes,
según el lugar donde se digan. Las
mentiras se pueden decir en la forma en que más convenga y se tratan de ocultar
de la mejor forma.
El
problema real es cuando un candidato no solamente dice mentiras para ganar
votos, sino que es un mitómano enfermo que dice mentiras constantemente y que
desmiente en la tarde, sin tan siquiera sonrojarse, lo que dijo en la
mañana. Ese es el caso del
candidato a la presidencia del Partido Republicano, Mitt Romney. Este caballero vive en una mentira constante,
contradiciéndose cada vez que abre la boca.
En
el debate que llevó a cabo hace unos días con el Presidente Barack Obama, Romney
defendió todo lo que había atacado durante todo el año en que estuvo en campaña
para lograr la candidatura de su partido.
Cuando estaba en campaña para las primarias republicanas, Romney hizo y
dijo todo lo posible para conseguir el apoyo de la ultraderecha del famoso y
reaccionario Tea Party. Estos
cavernícolas no veían con buenos ojos la candidatura del ex gobernador de
Massachusetts, por no considerarlo lo suficientemente conservador, pero debido
al discurso reaccionario del mismo, logró que esa caverna se pusiera a su lado y
lo apoyara para conseguir la nominación del Partido Republicano.
Ahora,
después de descalificar y ofender a la mitad de los ciudadanos de este país,
llamándoles pedigüeños, Mitt Romney se dio cuenta que, con el discurso de la
caverna, no tenía la menor oportunidad de ganar la presidencia y adoptó aquello
de que en donde dije digo, dije Diego, cambiando su discurso en el primer debate
presidencial, donde sacó de balance al Presidente Obama con sus mentiras y sus
cuentos. Cualquier parecido con Capriles
en Venezuela, que de pronto era
casi socialista, no es solo coincidencia, sino que es una realidad en los
discursos de esta derecha que miente y miente aunque la nariz, como al Pinocho
del cuento, le crezca y le crezca.
Sigo pensando
que, a pesar de los pesares, el Presidente Obama será reelegido en noviembre
para un segundo término, y como he escrito en otras ocasiones, no será el mejor,
pero sí el menos malo.
*Lázaro Fariñas periodista
cubano residente en EE.UU.
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