Por Sergio I. Rivero Carrasco
No
me canso de pensar cómo el Comandante en Jefe, en un momento tan prematuro como
el 23 de agosto de 1960, vaticinó que la organización que se creaba, es decir
la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), constituía “una revolución dentro de
otra Revolución”. Y es que con preclaro pensamiento concibió el proceso
emancipatorio de las féminas y el papel que debían desempeñar en la sociedad
que se construía.
Con
la experiencia aportada por el ejemplo de la mujer a lo largo de la historia
Patria, y lo vivido en los años más recientes con su participación en el
Ejército Rebelde y la lucha clandestina, en las organizaciones de más avanzado
pensamiento y actividad en la época, capaces de entender y aplicar el precepto
martiano de únete y vencerás, con protagónico ejemplo, es que ratifica el
carisma de la mujer cubana.
Esa
mujer es la que está en todos los rincones, procesos, sectores; que es sostén
armonioso en la familia y el barrio, esa mujer honesta, honrada, justa,
íntegra, ejemplar, ética, empoderada por su historia y las sólidas raíces aportadas
por Mariana, Evangelina, Clodomira, Lydia, Celia, Melba, Haidée, Vilma…, junto a muchas otras que antes y ahora ocupan
cargos cimeros en la nación, la provincia, el municipio, el barrio, la escuela
y la base; esa que lidera la educación, la salud pública, comparte la hegemonía
en las investigaciones, la ciencia, la cultura y el deporte, la defensa, es esa
que en cifra representa casi el 50 por
ciento de la fuerza que ha hecho grande a esta Isla y también a su país.
Hablo
de la mujer altiva y virtuosa, de la mujer cubana.
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