Son miles las manos extendidas. Todos
quieren alcanzarlo. Rozar –al menos– el féretro de su Comandante que va
navegando entre un mar rojo, verde, un mar de manos y gente que se
arrejuntan. Entonan el “Gloria al bravo Pueblo”, lloran, gritan:
“¡Chávez vive, la lucha sigue!”
Al otro lado de la calle, a las afueras
del Hospital Militar, desde una ventana en un segundo piso, una pequeña
tiene la mirada fija. No se inmuta ante la masa informe de pueblo que lo
abarca todo. Sus ojos están clavados en la bandera que lo cubre. Esa
niña, sin nombre para mí, es el símbolo de todo un país que como ella
con su manito, dice adiós a Chávez.