Son miles las manos extendidas. Todos
quieren alcanzarlo. Rozar –al menos– el féretro de su Comandante que va
navegando entre un mar rojo, verde, un mar de manos y gente que se
arrejuntan. Entonan el “Gloria al bravo Pueblo”, lloran, gritan:
“¡Chávez vive, la lucha sigue!”
Al otro lado de la calle, a las afueras
del Hospital Militar, desde una ventana en un segundo piso, una pequeña
tiene la mirada fija. No se inmuta ante la masa informe de pueblo que lo
abarca todo. Sus ojos están clavados en la bandera que lo cubre. Esa
niña, sin nombre para mí, es el símbolo de todo un país que como ella
con su manito, dice adiós a Chávez.
A través de las redes sociales, una
amiga venezolana me confiesa: “¡Es terrible, es el peor golpe que he
recibido en mi vida! (…) Mi pésame para tu pueblo que también lo amó y
lo hicieron como suyo. Estamos destrozados, mi familia y todos. Yo aún
no me lo creo y no acepto que se nos fue y lloro a cada rato sin poderme
contener. Es un dolor como si fuera un familiar, porque él fue más que
eso. De verdad el dolor es duro y fuerte. Solo le ruego a Dios que lo
reciba en su Gloria”.
Y ese sentimiento se repite de persona
en persona. Aquí, en nuestra Cuba, nadie es ajeno al dolor de los
venezolanos. Una y otra vez la misma frase: “es como si se me hubiese
ido un familiar muy cercano”. He visto a muchos enjugarse una lágrima
entre el dolor y la impotencia.
“¿Cómo estará Fidel?”, me preguntan. No
sé, pero me lo imagino, se le fue mucho más que un amigo, un hijo.
Ninguna noticia, aunque esperada, deja de golpear duro. Pero estoy
seguro –le respondo– que Fidel es el primero que con el dolor en su
pecho, tendrá en su boca las palabras justas para todos, como aquella
frase que le dijo la noche del golpe de Estado de 2002: “Chávez, no te
inmoles, que esto no termina hoy”.
Así de cierto es. Aún cuando no estará
más entre nosotros, la pelea del pueblo bolivariano no termina, continúa
porque Chávez le abrió los ojos a millones, les dio cultura y
herramientas para construir patria.
En medio de la multitud que toma las
calles, una señora carga un crucifijo en una mano y en la otra una foto
de su líder. Arriba, en el reborde blanco de la cartulina se lee:
“Gracias, San Chávez de los pobres, a Dios le pido por ti”. Alza lo más
que puede sus atributos para que la cámara lo capte y deje testimonio.
No es una imagen fortuita, muchos
rezaron por su salud, para que “Diosito me lo sane”. Ahora recurren a su
imagen mítica, pero no para implorar, sino como símbolo de una obra de
gobierno consagrada a servir a todos los venezolanos.
El pueblo no se equivoca. Chávez es uno
de los hombres nuestroamericanos que más ha hecho por los desposeídos.
De ahí vino, de la pobreza del Llano y no pidió nunca una mortaja de
oro, sino volver al matapalo de la abuela y quedarse a la sombra de un
tamarindo.
El cortejo fúnebre continúa abriéndose
paso entre la gente y me viene a la mente aquel poema de Alberto Arévalo
Torrealba, “Por aquí pasó”. Y es que como mismo lo recitaba Chávez, hoy
el pueblo le canta al Bolívar del siglo XXI:
“Por aquí pasó compadre, / hacia aquellos montes lejos. / Por aquí, vestido de humo, / mi general que iba ardiendo, / fue un silbo de tierra libre / entre su manta y sus sueños. Por aquí pasó compadre, / hacia aquellos montes lejos”.
“Miren el rastro en la paja, / míreselo compañero, / como las claras garúas / en el terrenal reseco, / como en las mesas el pozo, / como en el caño el lucero, / como la garza en el junco, / como en la tarde los vuelos, / como la nieve en el pico, / como en la noche el incendio, / como el cocuyo en el aire, / como la luna en el médano”.
“Por aquí pasó compadre, / Hacia aquellos montes lejos / Allá va su estampa sola / Grave, pero en fin aguileño / Arzón de cuero tostado / Tordillo de bravo pecho. /De bandera va su capa, / Su caballo de puntero / Artista labrando pueblos, / Hombre retoñando patrias / Picando glorias, ¡tropero!/ Por aquí pasó, compadre, / Hacia aquellos montes lejos. / (…) ¡Por aquí pasó Bolívar compadre, hacia aquellos montes lejos!”
Ahora se escucha: “¡Por aquí pasó,
Chávez, compadre, hacia aquellos montes lejos! / Artista labrando
pueblos, / Hombre retoñando patrias / Picando glorias, ¡tropero!…”
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