Por Nick Turse, con introducción de Tom Engelhardt
Tomado de Cubadebate
A veces, el mundo puede ser visualizado como algo muy simple, en
blanco y negro. Permítanme darles un ejemplo. Imaginen que los iraníes
secuestran a un ciudadano estadounidense en un tercer país. (Si
prefieren, pueden reemplazar a los iraníes por militantes de Al Qaeda o
por norcoreanos o chinos.) Lo acusan de ser un terrorista. Lo encierran
en una cárcel sin presentar cargos en su contra, sin juicio ni sentencia
diciendo que creen que posee información crucial (quizás incluso del
tipo “bomba de tiempo” -y los iraníes tienen alguna experiencia genuina
con bombas de tiempo). En las semanas posteriores, lo torturan
con el “submarino” (le sumergen la cabeza en el agua) una y otra vez.
Lo desnudan, le colocan un collar y una correa de perro. Le ponen una
capucha, le tiran perros encima. Le echan agua helada y lo dejan desnudo
en las noches frías. Lo cuelgan por los brazos del techo en la postura
“strappado”. Estoy seguro de que no tengo que continuar con más
detalles. ¿Hay alguna duda sobre lo que nosotros (o nuestros líderes)
diríamos o pensaríamos de los responsables de esto?
Los llamaríamos bárbaros. Diríamos que han pasado los límites de
la civilización. Torturadores. Monstruos. La personificación del Mal.
Nadie en el gobierno de EE.UU., al leer el reporte de inteligencia de la
CIA sobre el trato dispensado a ese estadounidense se preguntaría:
“¿Esto es tortura?” Nadie en Washington tendría la urgencia de calificar
como “técnicas perfeccionadas de interrogación” a lo que le hicieron al
detenido. Si en una audiencia de confirmación en el Senado, le
preguntaran a un candidato a director de la CIA si los actos de los
iraníes fueron, de hecho, un método de “tortura”, y este respondiera que
no es un experto en el tema, ni un abogado ni un experto legal y por lo
tanto no podría catalogarla como tal, no sería confirmado en el cargo. Y
probablemente no tendría ningún cargo en Washington por el resto de su
vida. Si le preguntaran si cree que los iraníes que cometieron esos
actos y sus superiores que les dieron las órdenes deben ser enjuiciados
en EE.UU. o en una Corte Internacional, el presidente jamás diría que en
este momento es mejor “mirar hacia delante, no hacia atrás”, ni tampoco
el departamento de justicia les daría luz verde.
¿Entiendes lo que quiero decir? Cuando el mal es el mal, todo
queda muy claro. Solo es cuando, como dice Nick Turse, autor del libro Kill Anything that Moves: The Real American War in Vietnam,
los brutales actos en cuestión son cometidos por estadounidenses,
siguiendo órdenes de sus superiores, que las cosas se vuelven complejas,
con matices, abiertas a interpretaciones, comprensibles en términos
humanos y explicables en el contexto de que existe una “bomba de tiempo”
(aunque esta sea imaginaria).
Trata de mantener la calma -aunque empieces a sentir una opresión en
el pecho y que el corazón te late alocadamente. Trata de no caer en
pánico cuando sientas que el agua te entra por la nariz y la boca,
mientras tratas de contraer la garganta y calmar la respiración y
mantener algo de aire en los pulmones y luchar contra la creciente
sensación de ahogo. Trata de no pensar en la muerte, porque no hay nada
que puedas hacer, porque estás atado, porque alguien te echa agua en la
cara y te ahoga lenta y deliberadamente. Estás en sus manos. Te sientes
en agonía.
En resumen, eres la víctima de “tortura con agua”. O del “submarino”.
O del “tratamiento de ahogo”. O de la “asfixia húmeda”. O de cualquier
otro sobrenombre dado a esta forma de brutalidad que hoy se la llama con
el eufemismo de “waterboarding” (sumergimiento en agua).
Esta práctica se volvió ampliamente conocida en EE.UU. tras saberse
que la CIA la había estado usando contra presuntos terroristas después
del 11 de septiembre. Recientemente, resurgió el debate con las
representaciones cinematográficas de la técnica en el premiado film Zero Dark Thirty (La noche más oscura)
y las menciones en las audiencias de confirmación en el Senado del
nuevo director de la CIA John Brennan. La tortura con agua, sin embargo,
tiene una historia sorprendentemente larga, que se remonta al siglo
XIV. Ha sido usada de manera constante por las fuerzas armadas de EE.UU.
desde principios del siglo XX, cuando fue empleada por contra los
luchadores filipinos que luchaban por la independencia de su país. Los
militares estadounidenses continuarían usando este método brutal en las
décadas siguientes, y durante las guerras en Asia también habría
víctimas.
La tortura con agua en Vietnam
Durante más de una década, he investigado las atrocidades cometidas
en la guerra de Vietnam. Durante ese tiempo, he conocido tanto a gente
que aplicó la tortura con agua a sus víctimas como a personas que fueron
atormentadas con ella. Los estadounidenses y sus aliados de Vietnam del
Sur usaban la usaban con regularidad contra los combatientes
prisioneros y contra los civiles detenidos para obtener información o
simplemente como una forma de castigo. Aunque el uso se mantuvo secreto,
una foto de esta forma de tortura apareció en la portada del Washington Post, el 21 de enero de 1968.
El acceso a documentos, que habían sido mantenidos secretos durante
mucho tiempo, ayudó a llenar los huecos. “Mantuve al sospechoso en el
suelo, le coloqué un trapo sobre la cara, y luego eché agua sobre el
trapo, forzando el agua en su boca”, explicó el sargento David Carmon en
su testimonio ante investigadores por delitos cometidos por el
ejército, en diciembre de 1970. Según la sinopsis de la investigación,
el sargento admitió haber usado tanto tortura con electricidad como con
agua al interrogar a detenidos, que murieron poco después. Según los
resúmenes de los testimonios de testigos oculares entre los miembros de
la unidad de Carmon, el prisionero identificado como Nguyen Cong fue
“golpeado y pateado”, perdió el conocimiento y sufrió convulsiones. Un
doctor que examinó a Nguyen, sin embargo, declaró que el prisionero no
presentaba ninguna anomalía. Carmon y otro miembro del equipo de
inteligencia militar luego “golpearon a los vietnamitas y les echaron
agua en la cara con un bidón de cinco galones de agua”, según un resumen
de su declaración. Un informe oficial de mayo de 1971 dice que Nguyen
Cong se desmayó y “fue llevado hasta su jaula de reclusión, donde lo
encontraron muerto más tarde”.
Años después, Carmon me dijo por e-mail que el abuso de prisioneros
en Vietnam era generalizado y estimulado por los superiores. “Nada
estaba prohibido, nada estaba más allá de los límites fuera de herir
gravemente a un prisionero”.
Trascendió que las víctimas de tortura con agua no eran solo los
vietnamitas prisioneros sino también miembros del personal militar
estadounidense. Algunos documentos que hallé en el Archivo Nacional de
EE.UU. ofrecen un vistazo a una historia aterradora que pocos
estadounidenses conocen.
“A mí me hicieron “un trabajo con agua”, le dijo un ex prisionero
estadounidense a un investigador militar, según un informe del ejército
de 1969. “Me esposaron y me llevaron a la ducha… Me sostuvieron la
cabeza debajo del agua durante cerca de dos minutos y cuando jalé hacia
atrás para respirar, me golpearon en el pecho y el estómago. Esto duró
unos 10 minutos, durante los cuales me golpearon tirándome al suelo dos
veces. Hasta que pararon cuando les rogué que lo hicieran.”
Otra víctima declaró que su compañero de celda había unido las
colillas de los cigarrillos para armar uno completo. Cuando los guardias
descubrieron el “contrabando” lo agarraron y lo empujaron hacia las
duchas. “Tres de los guardias me sostenían mientras que el cuarto
sostenía mi cabeza bajo el agua de la ducha”, declaró. “Esto duró por un
rato y yo pensaba que me iba a ahogar.” Después, hicieron lo mismo con
su compañero de celda, quien, al regresar a la celda admitió que “había
confesado” como resultado de la tortura.
Hubo otro detenido que declaró que los prisioneros esposados eran
llevados a las duchas. “Los guardias sostenían la cabeza del prisionero
hacia atrás y lo obligaban a tragar agua”, explicó. “Esto obligaba a que
el preso resista lo que les daba una excusa a los guardias para
golpearlo.” También declaró que estos no eran hechos aislados. “He
presenciado tratamientos como este aproximadamente nueve veces.”
“Cruel o inusual”
Esto no fue, de hecho, la primera vez que ciudadanos estadounidenses
fueran objeto de tortura con agua en alguna guerra en Asia. En la II
Guerra Mundial, militares japoneses usaron la tortura con agua contra
presos de EE.UU. “Me sometieron a lo que ellos llamaban la ‘cura de
agua’”, declaró el teniente Chase Nielsen después de la guerra. Cuando
le preguntaron sobre esa experiencia, respondió: “Sentía que me estaba
ahogando, en el límite entre la vida y la muerte”.
La misma tortura fue sufrida por los pilotos estadounidenses
capturados durante la Guerra de Corea. Uno de ellos hizo la siguiente
descripción: “Me doblaban la cabeza hacia atrás, me ponían una toalla en
la cara y echaban agua sobre la toalla. No podía respirar… Cuando me
desmayaba, me sacudían y comenzaban de nuevo”.
Por los delitos cometidos contra los prisioneros, incluyendo la
tortura con agua, algunos oficiales japoneses fueron condenados y
sentenciados a cumplir largas condenas, mientras que otros les aplicaron
la pena de muerte.
La respuesta legal a los torturadores estadounidenses en Vietnam fue
muy diferente. Mientras que investigaban los alegatos contra el sargento
Carmon, por ejemplo, los agentes del ejército descubrieron que en la
unidad del sargento existía un patrón de conducta “cruel y de maltrato”
contra los prisioneros en el periodo de marzo de 1968 a octubre de 1969.
Según un informe oficial, los agentes determinaron que la evidencia
respaldaba cargos formales contra 22 interrogadores, muchos de ellos
implicados en el uso de tortura con agua, tortura con electricidad,
golpes y otras formas de maltrato. Pero no les presentaron cargos, ni
les hicieron corte marcial ni les dieron ningún castigo ni a Carmon ni a
nadie, según los registros.
Hubo una impunidad similar hacia los estadounidenses que torturaron a
sus conciudadanos en Vietnam -usando una de las formas más extrañas de
tortura con agua. Aunque un informe de 1969 del Inspector General del
Ejército se refiere a “alegatos de brutalidad y maltrato”, haciendo
notar que “el tratamiento con agua fue aplicado como una forma de
castigo y constituye un maltrato de prisioneros”, no fue enjuiciado
ninguno de los miembros de las fuerzas armadas, ni mucho menos
sentenciado a un larga condena ni ejecutado por sus crímenes. De hecho,
los implicados -guardias militares del centro de detención informalmente
conocido como la cárcel de Long Binh- se libraron, aparentemente, de
cualquier castigo.
Creció el uso del submarino después del 11 de septiembre y
el presidente Obama declaró que esta práctica es un método de tortura,
su gobierno declaró que nadie será enjuiciado por usar ni este ni
ninguna otra forma de “técnica perfeccionada de interrogación”. Como le
señaló un vocero de la CIA al medioProPublica el año pasado, el
Departamento de Justicia “declinó presentar cargos en todos los casos”,
después de revisar el tratamiento que la Agencia le había dado a más de
100 detenidos.
El informe de 1969 del Inspector General reporta de manera inequívoca
la definición del “tratamiento con agua” impuesto por militares
estadounidenses contra prisioneros de ese mismo país como “cruel e
inusual”. Sin embargo, los abogados del gobierno de Bush en la era
posterior al 11 de septiembre, trataron de redefinir la asfixia con agua
de prisioneros indefensos como algo que no llega a ser tortura,
regresando básicamente a los estándares éticos de la Inquisición
española.
Al menos el informe de 1969 sostenía que la tortura con agua “fue
ejecutada sin autorización” contra aquellos prisioneros estadounidenses.
La situación actual es radicalmente diferente. En años recientes, los
que determinaron y aprobaron técnicas de tortura no fueron meros brutos
de bajo nivel jerárquico y sus superiores inmediatos, sino funcionarios
de alto rango de la Casa Blanca, como la Consejera de Seguridad Nacional
Condoleeza Rice y el vicepresidente Dick Cheney. Por el libro de
memorias del propio George W. Bush sabemos que este presidente dio una
orden entusiasta (“Damm right!”) autorizando el uso de la tortura con
agua, de la misma manera que el presidente Obama se ha asegurado de que
ninguna persona del gobierno involucrada en autorizar o facilitar la
tortura tenga que rendir cuentas de sus actos.
En 1901, un oficial estadounidense fue sentenciado a 10 años de
trabajo forzado por torturar con agua a un prisionero filipino. Hacia
fines de la década de 1940, esta práctica de varios siglos era tan
repudiada que a aquellos hallados culpables de usarla les daban una
larga condena o, incluso, la pena de muerte. Hacia fines de la década de
1960, todavía era percibida como un castigo cruel e inusual, incluso
cuando los torturadores estadounidenses de vietnamitas y de presos
estadounidenses no fueron sometidos a juicio. En el siglo XXI, cuando la
tortura con agua pasó de las duchas de las prisiones del sudeste
asiático a la Casa Blanca, se transformó en una “técnica perfeccionada
de interrogación”. Hoy, el funcionario elegido por el presidente para
dirigir la CIA, se niega a rotular al submarino como “tortura”.
¿Qué dice sobre una sociedad cuando los códigos morales y éticos del
tratamiento de presos va en retroceso? ¿Qué se supone que debemos pensar
de los líderes que autorizan, promueven o protegen prácticas brutales y
de los ciudadanos que los respaldan y permiten que esto suceda? ¿Qué
significa cuando la tortura que, por definición, es cruel, se vuelve
usual?
(Con información de Rebelión)
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