A lo largo de más de cincuenta años los medios de comunicación han construido distintos pretextos para justificar el cerco económico, comercial y financiero que Estados Unidos mantiene contra Cuba.
En los años sesenta fueron la alianza con la URSS y el apoyo a los movimentos de liberación nacional en América Latina las razones esgrimidas por Washington para rechazar un cambio de política hacia Cuba. Luego, la presencia militar cubana en África que, como reconoció Nelson Mandela, contribuyó de manera decisiva al fin del Apartheid
-monstruosa violación a los Derechos Humanos de todo un pueblo- ocupó
el centro de los pretextos norteamericanos, reiterados por la gran
prensa internacional.
Tras la desaparición de la URSS, la tesis
lanzada por la maquinaria propagandística estadounidense era que se
acercaba la “hora final de Fidel Castro”, ¿para qué negociar con un
gobierno a punto de caer?
Cuando pasaron los años y el gobierno revolucionario no cayó, Estados Unidos -que apoyó al régimen del Apartheid en Sudáfrica- al que Cuba combatió por décadas, convirtió los Derechos Humanos
en bandera para demonizar a la Isla y las cifras en el presupuesto de
EE.UU. destinadas a pagar una “oposición”, cuyas provocaciones -al no
ser toleradas por las autoridades cubanas- justifiquen el bloqueo, han
crecido hasta alcanzar, sólo en fondos públicos, los veinte millones de dólares anuales.
Ya en el siglo XXI, la permanencia en
prisión de un grupo de personas condenadas en 2003 por conspirar con la
representación diplomática en La Habana de George W. Bush
para provocar una intervención militar norteamericana en Cuba era el
principal motivo esgrimido por Washington para no modificar el bloqueo
que fue recreducido por el invasor de Iraq y Afganistán.
Llegado al poder Barack Obama
en 2009, se restablecieron los viajes y las remesas de cubanoamericanos
a la Isla, ambos aspectos aprobados por Bill Clinton y limitados por
Bush, pero la persecución a empresas y bancos que se relacionen con Cuba
lejos de disminuir se incrementó. Con la condena en La Habana del
ciudadano norteamericano Alan Gross,
por establecer de manera ilegal dentro de la Isla -como parte de un
programa gubernamental estadounidense- redes de comunicaciones con
equipos de uso militar, Estados Unidos incorporó la libertad de Gross
como exigencia para un cambio en su política que acaba de ser condenada
por vigésima primera ocasión de manera abrumadora en la ONU.
Ninguno de los condenados en 2003 permanece en prisión y Alan Gross acaba de demandar al gobierno de Estados Unidos por causar el fracaso de su misión en Cuba, al no advertirle de los riesgos que esta implicaba.
¿Qué queda a Estados Unidos para
justificar su política? Practicamente nada. En cambio, son muchos los
beneficios que obtendría Washington con su modificación. El canciller
cubano, después de relacionar los sufrimientos y daños provocados por el
bloqueo norteamericanos a la vida del pueblo cubano, lo analizaba así al presentar ante la Asamblea General de las Naciones Unidas la resolución contra el bloqueo:
“Mantenerla no es del
interés nacional de los Estados Unidos. Por el contrario, daña los
intereses de sus ciudadanos y compañías, en especial en tiempos de
crisis económica y elevado desempleo, quienes, según todas las
encuestas, demandan un cambio de política. ¿Por qué cercenar los
derechos constitucionales, civiles y la libertad de viajar de los
norteamericanos prohibiéndoles visitar la isla, si estos pueden ir a
cualquier otro lugar del planeta, incluso donde su país libra guerras?
“¿Por qué renunciar a
un nuevo mercado de 11 millones de personas? ¿Para qué seguir gastando
cientos de millones de dólares, que vienen de los impuestos que pagan
los ciudadanos, en la inútil e ilegal subversión contra Cuba? ¿Para qué
dañar sus relaciones con otros Estados, incluidos sus aliados, con
medidas extraterritoriales que violan el Derecho Internacional? ¿Por qué
aplicar el enfoque contrario al que anima sus crecientes relaciones
económicas con Estados de sistema político diferente?
“El bloqueo también
afecta los legítimos intereses y discrimina a la emigración cubana aquí
asentada, que en su gran mayoría favorece la normalización de las
relaciones con su Nación. Resta credibilidad a la política exterior de
los Estados Unidos, le provoca aislamiento, lo coloca en costosos dobles
raseros, no ha sido efectivo durante 50 años para los fines que se
persiguen y significa un escollo insalvable en su cada vez más incómoda
relación con América Latina y el Caribe. De cesar, evitaría a su
gobierno un mayor descrédito de las políticas humanitarias y este
dejaría de ser un pertinaz violador de los derechos humanos de los
cubanos.”
Son elementos de mucho peso, pero para algunos hay más. El muy premiado analista Rafael Rojas,
fabricado por la misma maquinaria que financia la subversión contra
Cuba y que tiene el privilegio de publicar en el diario español El País, a pesar del sustancial recorte de plantilla aplicado allí, ha escrito un artículo sobre las relaciones de Estados Unidos con América Latina
en el que afirma que tal cambio debe producirse porque propiciaría un
“golpe desvastador” al ALBA, “la institución que más firmemente se opone
a las instituciones y los principios interamericanos”.
Viniendo de la misma persona que ha dicho que los cubanos debemos olvidarnos de José Martí,
no caben dudas de su interés en servir al “Norte revuelto y brutal que
nos desprecia” y no al pueblo del país donde nació: Hay que eliminar el
bloqueo no porque causa escasez y sufrimiento a los cubanos sino porque,
según este lacayo disfrazado de académico, asestaría un golpe a
quienes se oponen a la dominación estadounidense en América Latina y
constituyen una alternativa de resistencia cubana contra las agresiones
norteamericanas.
Ojalá Obama escuche a su servidor y nos de el tal
gople, que no sería sino un triunfo de Latinoamérica y Cuba frente a un
crimen condenado universalmente y encubierto por las mentiras y
pretextos de los propagandistas pagados por Washington. La historia
dirá.
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