Intervendrá en la ya cercana Tercera Conferencia Internacional Por el Equilibro del Mundo, del 28 al 30 de este mes, en el Palacio de Convenciones de La Habana.
-Una alta representación internacional distinguirá este evento. ¿Por qué cree usted que se ha logrado reunir tan excelsa participación?
A mí me parece que es resultado del trabajo consagrado y amoroso de Armando Hart, al frente de la entidad que él dirige (la Oficina del Programa Martiano).
También es muy decisivo, yo diría que determinante, la importancia que le otorgan Cuba y la intelectualidad de la Isla, y mundial, al pensamiento martiano en este momento que vive el país y el mundo.
Martí es la fuerza salvadora, porque es el pensamiento más coherente. Sus ideas, fuente de inspiración, punto de partida y fundamento, junto a las de Fidel y su visión del mundo futuro, de Cuba y de América, y de su sentido del internacionalismo, son los dos pilares del arco sobre el cual se sostiene la esperanza de nuestra nación.
-¿Cómo ve usted a Martí? ¿Cómo debemos verlo los cubanos?
Ocurre que todos hemos contribuido, alguna vez, a convertir en mármol y bronce a los héroes, a considerarlos puros e infalibles, hemos querido que sean la imagen de nuestro ideal más que de la vida real.
Yo pienso que lo más hermoso de Martí es su sufrimiento agonal por su patria, la incomprensión familiar, su fracaso matrimonial, sus problemas de salud que supo enfrentar -pero que a veces fueron avasalladores-, y el deseo y voluntad de unir.
A pesar de que algún contemporáneo ha señalado que era de carácter impositivo, absolutista, irascible, pero es que para dirigir a un pueblo como el cubano en aquellas terribles circunstancias, ¿hasta qué punto tenía que ser así?
No podemos imaginarlo desvanecido, oliendo el perfume de una rosa. Tenemos que verlo siendo así y a la vez expresando las más nobles emociones en su poesía sentimental y amorosa, en sus cartas.
Fue Martí también como el poeta Rilke (Rainer María, quien fuera además novelista austro-germano nacido en Praga, capital de la República Checa, y reconocido como el más importante escritor en lengua alemana), herido por la espina de la incomprensión, del chisme, de las habladurías, de la disolución de las ideas.
Pero él es el Apóstol de la unidad, el que logra en principio ese objetivo, aunque no consigue alcanzarlo. Quizás el mérito más grande de Fidel como martiano, al colocar en la base del proyecto del Moncada el pensamiento de José Martí, es haber conquistado la unidad nacional.
De ella estuvieron privadas las generaciones anteriores. Fuimos formados como cespedianos, maceístas, agramontinos, martianos, y solo la Revolución hizo posible experimentar ese sentimiento de unión y entender que todo el que sirvió es sagrado, en especial el Héroe Nacional.
Por ahí está el concepto y la importancia de conocer su férrea voluntad. Martí muere como soldado de la Revolución que él mismo había convocado, cuando muchos opinaban que debía irse de Cuba. Es más, algunos creen que el sentimiento mayoritario de los jefes principales indicaba que Martí era más útil allá que aquí.
Y él discrepaba de eso, opinaba que en la Isla tenía una labor que realizar como garante, como rehén político, para asegurar que nunca volvieran las oscuras sombras del pasado y que la desunión no hiriera nuevamente a la Revolución.
Por eso quería ir a Camagüey, por ejemplo, y constituir allí un órgano político y dinámico, ejecutivo, que fuese a la par de la guerra que debía ser generosa, victoriosa y rápida, para impedir tres cosas: la movilización militar española, que fue terrible, la mayor jamás vista en esta latitud del mundo y en lucha contra todas las independencias juntas.
Segundo, la intervención norteamericana, alerta que dejó recogida en la carta a su amigo Manuel Mercado cuando dice: “lo que hice hasta hoy y haré es para eso”, y en esta decisión fue absoluto.
Y lo tercero, el desgaste del pueblo y del ejército en una batalla que sería sangrienta contra un adversario que no podía darnos democracia ni libertades, porque era todavía el régimen despótico que privaba a su propio pueblo -el español-, de esos derechos.
Martí se adelanta a todo ello, y va a la lucha y viene a su patria por eso, contra muchos criterios. Incluso, hay un momento en el que él dice: “vengo a Cuba como preso” y añade: “y a que me echen fuera,” porque se da cuenta que todavía no ha calado ni cristalizado en todos la idea de que el camino era la lucha armada.
En ello radica su extraordinaria genialidad. La virtud que lo distingue de ser uno más es la capacidad que tuvo de anticiparse a su tiempo, y para esa unidad trabajó con fervor.
Luego, tristemente, vio cómo por hechos circunstanciales y cuestiones a veces banales y por falta de comunicación, se empieza a romper ese cuadro.
-La Conferencia dedicará un momento especial a los jóvenes, nacionales y extranjeros. Si tuviera que extenderles un mensaje, ¿qué ideas, qué valores del ideario martiano les transmitiría?
La juventud siempre está por conquistar, esa generación comprometida no es otra cosa que la vanguardia, la punta de la flecha y, por tanto, le toca a ella, en el vuelo, arrastrar el vástago y guiarse por el timón de las plumas.
Pero la juventud, aún la organizada, es solo la vanguardia, nunca una organización de masas.
-¿Cómo transmitir, entonces, a esa multitud el sentimiento?, ¿cómo arrastrarla?, ¿cómo superar la decepción, el comercialismo, la invasión de la propaganda de otras formas de vida, sin explicarles cuál es el precio que hay que pagar por ellas?, ¿hasta qué punto nuestro discurso a veces resulta repetitivo, aburrido e insufrible para los jóvenes?
Por eso existe la necesidad de un cambio de mentalidad y de renovación, sin temor alguno, porque la Revolución ha sido lo suficientemente poderosa como para resistir todo a cuanto se ha enfrentado.
Hoy existen condiciones internacionales en América Latina que son más favorables, casi mucho más que en ningún otro momento. Ahí están los pueblos buscando cada uno su sendero y mientras más original sea, mejor.
-¿Y qué opina usted del aprendizaje que hace hoy la juventud cubana del ideario martiano?
Entre las cosas en las que se debe profundizar y debemos cambiar está el trabajo en la escuela, a todos sus niveles.
Mientras más se acerque a nuestros jóvenes a Enrique José Varona, a José de la Luz y Caballero, al padre Félix Varela, estaremos más próximos al camino verdadero. Ellos fueron puntos de partida, los asideros morales de Martí.
Es importante, también, tener clara la idea de que el maestro no suple a la familia, esa célula que hoy todavía tiene muchos problemas de disgregación y de autoridad para educar en la casa, lo cual se refleja en las manifestaciones de grupos gregarios y las llamadas tribus urbanas.
Fenómenos que no me asustan, porque ese es un mundo a conquistar más que a condenar. Es más fácil quemar que educar. Yo siempre insisto en que no debemos dejar de hablar, de enseñar y de sumar.
Igualmente, de parte de los jóvenes tiene que haber un interés por el saber y la búsqueda constante de la verdad. No se pueden conformar con lo que oyeron o les contaron, tienen que investigar y leer.
Por eso digo: un Martí fragmentado no. Vamos a descubrir al patriota, al amigo, al orador político, al hombre de amores, al hijo doloroso, quien a pesar de todas las incomprensiones logró conquistar a su padre, hombre rudo con el que supo establecer, sin embargo, una comunicación tal que lo llevó a escribir: “Mi padre ha muerto y con él, parte de mi vida”.
Hay que leer, revisar su epistolario, como el que dedicó a su madre que siempre fue sufrimiento y dolor, y a quien redactó la carta más bella que nunca se escribió: “Hoy 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensado en usted”.
Fue Martí, además, padre espiritual de muchos. Ahí están los mensajes a su hijo, a la niña María Mantilla. Estudiemos su obra toda y hagámoslo sin prejuicios, sin olvidar nunca que él, como nosotros, fue un hombre, un ser humano sujeto a error, a equivocaciones, y que hizo malas elecciones. Pero hay que indagar, para ver que en esa búsqueda de su humanidad está la verdadera grandeza de Martí.
Creo que los jóvenes tienen esa posibilidad. Nosotros hemos tenido la fortuna de conservar siempre en la intelectualidad cubana verdaderos martianos, extraordinarios, como Cintio Vitier, un gran maestro de generaciones y quien, a diferencia de muchos, mientras se hizo más maduro, más viejo, fue más radical y revolucionario.
Para mi generación, que estaba desprovista de toda oportunidad de alcanzar grandes objetivos, no existía el camino expedito, pocos llegaban a ser algo y si lo lograban era con mucho trabajo e infinitos esfuerzos. Fue la Revolución la que abrió todas las posibilidades y entre ellas el don inefable de la cultura.
No olvidemos la idea de Fidel cuando dijo algo que es una gran verdad: “Las revoluciones solo son hijas de la cultura y de las ideas”. Si no hay cultura no hay nada que hacer.
Y sin que caiga yo en el hábito mezquino y viejeril de empezar a decir que los jóvenes de hoy están perdidos o no les interesa nada, sí noto que falta más por hacer y una mejor propaganda.
Se necesita que el liderazgo de la vanguardia aliente a los demás a la altura, a los conciertos, a la comunicación, a la meditación, dentro de una sociedad plural que es, hoy, menos hermética y donde tienen cabida todos los matices del ser, de la opción y del género.
(Fragmentos de la entrevista realizada por la AIN y publicada por Granma)
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