Por Ana Ivis Galán García
Mayo, mes de las flores y de las madres, guarda entre sus días una fecha especial para Mirta Rodríguez Pérez, mujer que dio vida al héroe Antonio Guerrero, uno de los cinco antiterroristas cubanos que sufren injusta condena en Estados Unidos.
Su nacimiento sería ocasión ciertamente especial para la familia,
sobre todo para sus padres. Luego de un accidente y del augurio
anticipado de los médicos, la ansiedad cundía.
Josefina, su madre, cuando solo tenía 13 años sufrió una caída y hubo
que operarla. El presagio clínico le anunciaba que podía tener todos
los hijos que quisiera, pero si el primero era un niño los demás también
lo serían.
Finalmente, se rompió el “hechizo” y una verdadera alegría llegó a
casa. El 22 de mayo -día de Santa Rita de Acacia- de 1932 nació Mirta,
la única hembra de siete hermanos. Y no hubo resquicio para la duda. Un
lunar en el muslo, marca de la estirpe paterna, y los ojos claros del
linaje materno la identificaron como Rodríguez y Pérez.
Oriunda de La Habana, vivió y creció en el municipio Cerro, primero
en la calle Cruz del Padre, luego en Tamarindo y por último en Serafine.
Sus padres eran muy humildes. Josefina, su mamá, fue una mujer muy
laboriosa. Emilio, su papá, trabajaba en la fábrica La Estrella como
hojalatero, y siempre tuvo la ayuda de su esposa, ella lo mismo cocía,
tejía o bordaba, sin descuidar los quehaceres de la casa.
Cuenta Mirta que fue una joven bastante dichosa. Como era la única
niña, todos lo adoraban: eso sí, aclara, sin privilegios ni distingos.
De sus padres evoca la honestidad, la sencillez y el amor filial que
nunca les faltó. La unidad y la dedicación igual fueron sus valores. Su
madre siempre estuvo al lado de padres y hermanos. Por ellos sacrificó
la privacidad y su independencia. En ella vio tanto sentimiento y tan
grande corazón, que la joven Mirta fue “arrastrada” a ese mundo de
nobleza.
Y a pesar de las difíciles épocas vividas, recuerda la armonía y
alegría que siempre reinó en casa, y hasta el espíritu bailador de
abuelos paternos y tíos, herencia que también encanta, hoy, a los
jóvenes de la familia.
La dura escuela de la vida
Los duros golpes de la vida la alcanzaron desde bien temprano. A los
15 años, falleció su querida abuelita materna, Lucía. Hoy hablar de ella
todavía le estruja la voz. No hubo fiesta ni nada. Todo se suspendió.
Otra pérdida la sorprende muy pequeña. Su hermano Alfredito, muere de
acidosis fulminante a los seis meses. Recuerda aquel velorio en casa y
la conmoción de toda la cuadra.
A los 16 se comprometió con Tony, el padre de sus hijos Marucha
(María Eugenia) y Antonio. Cuatro años después se casan y viajan a
Estados Unidos, donde nacen sus dos pequeños. Días después del parto del
varón, regresan a la Isla. Llegan en diciembre de 1958 y el primero de
enero del 59 triunfó la Revolución. No vuelve más al norte hasta cuatro
décadas más tarde, cuando su hijo es detenido.
Luego de 18 años de buen matrimonio, como ella misma lo calificara,
perece su esposo víctima de una estenosis aórtica no operable, muy
joven, a los 43, ella solo tenía 38. Fue muy duro, recuerda. Ahí es
cuando Tony crece y asume la gran responsabilidad de apoyar a su madre y
hermana.
Urgida por el deber con sus hijos y ante el agitado ritmo de la vida,
Mirta se sobrepuso. En 1975 se une a su compañero Bernardo, a quien
conocía desde la infancia. Pero cosas del cruel destino, también muere
del corazón.
Hoy, de sus hermanos, solo quedan ella y el más pequeño. Si premiada
ha sido con la llegada de seres nuevos y muy queridos, sus nietos, por
ejemplo, también se ha visto afligida con la ausencia de los que ya no
están.
Curtida por la dura escuela de la vida, llega Mirta hoy a su 80
cumpleaños. Y así, entre penas y angustias, y los achaques del tiempo,
saca a flote su voluntad, reúne fuerzas, se sobrepone al inmenso dolor
de ver a Tony preso y lucha por su regreso, como madre y patriota.
Fue en 1998 el último encuentro que tuvo con él en libertad. Con
lágrimas contenidas habla de él, presente, como quien “nunca ha dejado
de estar en casa, siempre está conmigo por sus consejos, su atención”.
Reconoce que la distancia de Tony la ha afectado mucho -estudió su
carrera en Kiev, en la antigua Unión Soviética; se casó y trabajó en
Santiago de Cuba - pero nunca de manera tan dura como en esta ocasión.
Ya han pasado 14 años desde que fuera encarcelado e indignamente
condenado, junto a sus otro cuatro hermanos -Gerardo Hernández, Fernando
González, Ramón Labañino y René González-en una absurda farsa judicial.
El regreso de Tony es su lucha de todos los días
Al hablar del hijo preso, resalta la fuerza que los une y guía. “¿Por
qué tú crees que yo he pedido soportar esta angustia, este dolor?, se
pregunta.
Confiesa que la añoranza ha sido muy fuerte, pero él siempre le da ánimo y hoy por hoy es quien la sostiene en esta batalla.
Sabe que el amor lo acompañará, está segura que ese es su camino y
espera que al llegar a Cuba, “si la vida lo ayuda y el tiempo no se
presenta tan largo como lo tiene asignado”, pueda verlo rehacer su vida.
Para esta madre que ama, sufre, lucha y aguarda, el regreso de Tony
sería el mejor regalo. Pero prefiere no soñar. Opina que “es mejor
guardarse esa ilusión. Es muy duro vivir pensando en ello”.
Como le ha dicho su hijo: debe tener bien claro el sentido del tiempo, para que no se maltrate.
Aunque le duele, se enorgullece de saber que está preso por una causa
justa y noble. No deja, entonces, que decaiga su fuerza de voluntad.
Lucha por encima de todo obstáculo.
Se cuida, sí, pero insiste: “si la batalla es del ciento por ciento y
a mi me dan el 25 o el 50 nada más, siento que mi objetivo no se
cumplirá”. Por ello, todos los días se levanta y batalla. Tiene la buena
protección de su familia, lo más grande que le ha dado la vida. Por
eso, estima, ha podido resistir.
Recuerda que esta causa la empezó con 66 años, con una energía
tremenda. Pero el tiempo es implacable. Ya se operó de las caderas. Dice
sentirse bien y que la acompaña un renovado espíritu de combate. Para
una madre no puede ser de otro modo. El compromiso con su hijo “es muy
fuerte”. Sabe que esta causa, que es la de su pueblo, es de valor, de
tenacidad.
Este 22 de mayo, Mirta solo espera salud para Tony y para ella. Lo
demás, asegura, ya se resolverá. Vendrán tiempos mejores. “Yo sé, dice,
que van a llegar y voy a estar aquí para disfrutarlos. Con ese
convencimiento no digo yo si a 80 años de edad… voy a llegar a los que
sean necesarios”
(Tomado de la AIN)
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