Por: Ramón Salavarría
Tomado de Cubadebate
Tomado de Cubadebate
¿Cómo puedo saber si todo lo que me cuenta un medio es cierto? La respuesta corta, sin matices, es esta: “No puedo”.
Hay muchas informaciones que, por supuesto, sí puedo comprobar por mí
mismo. Bien porque yo haya sido protagonista o testigo de esa
información, o bien porque sepa dónde confirmarla por mí mismo. Pero
supongamos, por ejemplo, que un medio me cuenta que acaba de ser hallado
un individuo vivo del hombre de Flores; ya sabe, esa enigmática especie
homínida, prácticamente contemporánea a nuestro tiempo, cuyos restos
fueron encontrados en una isla de Indonesia en 2004. No tengo modo de
confirmar por mí mismo si la noticia es cierta o no. Bueno, si me
empeñara, quizá sí podría confirmarlo, pero para eso debería movilizar
tal volumen de personas y recursos que, reconozcámoslo, no parece muy
probable. Así pues, volvamos a la respuesta corta y sin matices: no
puedo. Me resulta imposible saber si todo lo que me cuenta un medio es
cierto.
Sin embargo, a veces conviene no quedarse con la respuesta corta y
vale la pena entrar en matices. En este caso, la respuesta corta
posiblemente podría conducirnos a una postura nihilista y desconfiada:
puesto que de nada nos podemos fiar, en principio debemos poner en duda
todo lo que nos cuentan los medios. Hoy día, ciertamente, no son pocos
los ciudadanos que afirman haber caído en esa postura: “Ya no me creo
nada de lo que dicen los medios”, se escucha cada vez con más frecuencia
(y razones habrá para ello). Pero incluso quienes así se expresan,
siempre confían como mínimo en algunas de las informaciones que leen,
ven o escuchan en los medios.
El periodismo -me ahorro el adjetivo “buen”, pues me parece
redundante- existe gracias a que las personas son capaces de depositar
su confianza. Lo hacemos constantemente: cuando montamos en un avión,
confiamos en que ingenieros, técnicos, controladores de vuelo y pilotos
hagan bien su trabajo. Cuando dejamos a nuestros hijos al cargo de una
escuela, confiamos en que los cuidarán y educarán debidamente. Incluso
en un acto tan banal como abrir un grifo subyace una expresión de
confianza: nos fiamos de que alguien ha velado por nosotros para que
podamos beber despreocupados el agua que fluye de allí. La sociedad, en
fin, funciona gracias a la confianza mutua.
El periodismo es una expresión más de esa confianza social: en
principio, nos fiamos de lo que los medios nos cuentan. Pero, ojo, esa
confianza no es un cheque en blanco: para mantenerla, un medio tiene que
demostrar continuamente que está a la altura. Ya sabemos que si una
compañía aérea descuida la seguridad de sus vuelos se quedará
rápidamente sin pasajeros. Del mismo modo, los medios que difunden bulos
pierden su crédito de la noche a la mañana. La credibilidad de un medio
se construye trabajosamente noticia tras noticia, pero puede
desmoronarse con una sola falsedad.
En los últimos años la red está contribuyendo a destapar no pocos
errores, cuentos y patrañas publicados por los medios como aparentes
noticias. Las redes sociales han multiplicado exponencialmente el número
de personas que, desde cualquier rincón y en cualquier momento, refutan
datos errados e informaciones falsas publicadas por los medios. Bien
está. El escrutinio público de los medios resulta absolutamente
saludable para el periodismo. Pero, no lo olvidemos, las redes sociales
también han aumentado el volumen de personas y organizaciones
interesadas en difundir chismes y engaños para su propio beneficio. Ante
esa avalancha de desinformación, se necesitan fuertes diques con
información de calidad.
Hoy día los medios gastan dinero en estudios de mercado para saber
cómo atraer a la audiencia. Experimentan con productos y formatos con
los que cautivar a hombres y mujeres, a jóvenes y adultos, a
progresistas y conservadores. Uno a menudo piensa que todo eso, en el
fondo, no son más que tonterías. Lo más eficaz para atraer al público es
algo tan simple como difícil de conseguir: sean creíbles.
(Tomado de Comunicando)
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