Por Michael Moore
Amigos:
Desde que Caín enloqueció y mató a Abel, siempre ha habido humanos
que por una razón u otra pierden la cabeza en forma temporal o
definitiva y cometen indecibles actos de violencia. Durante el primer
siglo de nuestra era, el emperador romano Tiberio gozaba despeñando a
sus víctimas desde un risco en la isla de Capri, en el Mediterráneo.
Gilles de Rais, caballero francés aliado de Juana de Arco en la Edad
Media, se volvió loco un día y acabó asesinando a cientos de niños.
Apenas unas décadas después Vlad el Empalador, en Transilvania, tenía
innumerables modos horripilantes de acabar con sus víctimas; en él se
inspiró el personaje de Drácula.
En tiempos modernos, casi en toda nación hay un sicópata o dos que
cometen homicidios en masa, por estrictas que sean sus leyes en materia
de armas: el demente supremacista blanco cuyos atentados en Noruega
cumplieron un año este domingo; el carnicero del patio escolar en
Dunblane, Escocia; el asesino de la Escuela Politécnica de Montreal, el
aniquilador en masa de Erfurt, Alemania… la lista parece interminable. Y
ahora el tirador de Aurora, el viernes pasado. Siempre ha habido orates y siempre los habrá.
Pero he aquí la diferencia entre el resto del mundo y nosotros: ¡aquí
ocurren DOS Auroras cada día de cada año! Por lo menos 24
estadunidenses mueren cada día (de 8 a 9 mil por año) a manos de gente
armada, y esa cifra no incluye los que pierden la vida en accidentes con
armas de fuego o los que se suicidan con una. Si los contáramos, la
cifra se triplicaría a unos 25 mil.
Eso significa que Estados Unidos es responsable de más de 80 por
ciento de todas las muertes por armas de fuego en los 23 países más
ricos del mundo combinados. Considerando que las personas de esos
países, como seres humanos, no son mejores o peores que cualquiera de
nosotros, entonces, ¿por qué nosotros?
Tanto conservadores como liberales en Estados Unidos operan con
creencias firmes con respecto al “porqué” de este problema. Y la razón
por la cual ni unos ni otros pueden encontrar una solución es porque, de
hecho, cada uno tiene la mitad de la razón.
La derecha cree que los fundadores de esta nación, por alguna suerte
de decreto divino, les garantizaron el derecho absoluto a poseer tantas
armas de fuego como deseen. Y nos recuerdan sin cesar que un arma no
puede dispararse sola; que “no son las armas, sino las personas, las que
matan”.
Por supuesto, saben que están cometiendo una deshonestidad
intelectual (si es que puedo usar esa palabra) al sostener tal cosa
acerca de la Segunda Enmienda porque saben que las personas que
escribieron la Constitución únicamente querían asegurarse de que se
pudiera convocar con rapidez una milicia entre granjeros y comerciantes
en caso de que los británicos decidieran regresar a sembrar un poco de
caos.
Pero tienen la mitad de la razón cuando afirman que “las armas no
matan: los estadunidenses matan”. Porque somos los únicos en el primer
mundo que cometemos crímenes en masa. Y escuchamos a estadunidenses de
toda condición aducir toda clase de razones para no tener que lidiar con
lo que está detrás de todas esas matanzas y actos de violencia.
Unos culpan a las películas y videojuegos violentos. La última vez
que revisé, las cintas y videojuegos de Japón son más violentos que los
nuestros, y sin embargo menos de 20 personas al año mueren por armas de
fuego allá, ¡y en 2006 el total fue de dos! Otros dirán que es el número
de hogares destrozados lo que causa tantas muertes. Detesto darles esta
noticia, pero en Gran Bretaña hay casi tantos hogares de un solo padre
como acá, y sin embargo, por lo común allá los crímenes con arma de
fuego son menos de 40 al año.
Personas como yo dirán que todo esto es resultado de tener una
historia y una cultura de hombres armados, “indios y vaqueros”, “dispara
ahora y pregunta después”. Y si bien es cierto que el genocidio de
indígenas americanos sentó un modelo bastante feo de fundar una nación,
me parece más seguro decir que no somos los únicos con un pasado
violento o una marca genocida.
¡Hola, Alemania! Hablo de ti y de tu historia, desde los hunos hasta
los nazis, todos los cuales amaban una buena carnicería (al igual que
los japoneses, y los británicos que dominaron el mundo cientos de años,
cosa que no lograron plantando margaritas). Y sin embargo en Alemania,
nación de 80 millones de habitantes, se cometen apenas unos 200
asesinatos con armas de fuego al año.
Así que esos países (y muchos otros) son iguales que nosotros,
excepto que aquí más personas creen en Dios y van a la iglesia que en
cualquier otra nación occidental.
Mis compatriotas liberales dirán que si tuviéramos menos armas de
fuego habría menos muertes por esa causa. Y, en términos matemáticos,
sería cierto. Si tenemos menos arsénico en la reserva de agua, matará
menos gente. Menos de cualquier cosa mala -calorías, tabaco, reality
shows- significará menos muertes. Y si tuviéramos leyes estrictas en
materia de armas, que prohibieran las armas automáticas y
semiautomáticas y proscribieran la venta de grandes magazines capaces de
portar millones de balas, tiradores como el de Aurora no podrían dar
muerte a tantas personas en unos cuantos minutos.
Pero también en eso hay un problema. Existen montones de armas en
Canadá (la mayoría rifles de caza), y sin embargo la cuenta de
homicidios es de unos 200 al año. De hecho, por su proximidad, la
cultura canadiense es muy similar a la nuestra: los chicos tienen los
mismos videojuegos, ven las mismas películas y programas de televisión, y
sin embargo no crecen con el deseo de matarse unos a otros. Suiza ocupa
el tercer lugar mundial en posesión de armas por persona, pero su tasa
de criminalidad es baja.
Entonces, ¿por qué nosotros? Formulé esa pregunta hace una década en
mi película Masacre en Columbine, y esta semana tuve poco que decir
porque me parecía haber dicho hace 10 años lo que tenía que decir, y no
parece haber servido de mucho, excepto ser una especie de bola de
cristal en forma de película.
Esto es lo que dije entonces y lo que volveré a decir hoy:
1. Los estadounidenses somos increíblemente buenos para matar.
Creemos en matar como forma de conseguir nuestros objetivos. Tres
cuartas partes de nuestros estados ejecutan criminales, pese a que los
estados que tienen las tasas más bajas de homicidios son por lo regular
los que no aplican la pena de muerte.
Nuestra tendencia a matar no es sólo histórica (el asesinato de
indios, de esclavos y de unos a otros en una guerra “civil”): es nuestra
forma actual de resolver cualquier cosa que nos inspira temor. Es la
invasión como política exterior. Sí, allí están Irak y Afganistán, pero
hemos sido invasores desde que “conquistamos el salvaje oeste” y ahora
estamos tan enganchados que ya no sabemos qué invadir (Bin Laden no se
ocultaba en Afganistán, sino en Pakistán) ni por qué invadir (Saddam no
tenía armas de destrucción masiva ni nada que ver con el 11-S). Enviamos
a nuestras clases bajas a hacer las matanzas, y los que no tenemos un
ser querido allá no gastamos un solo minuto de un solo día determinado
en pensar en la carnicería. Y ahora enviamos aviones sin pilotos a
matar, aviones controlados por hombres sin rostro en un lujoso estudio
con aire acondicionado en un suburbio de Las Vegas. Es la locura.
2. Somos un pueblo que se asusta con facilidad y es fácil
manipularnos con el miedo. ¿De qué tenemos tanto miedo que necesitamos
tener 300 millones de armas de fuego en nuestros hogares? ¿Quién creemos
que va a lastimarnos? ¿Por qué la mayoría de esas armas están en
hogares de blancos, en los suburbios y en el campo? Tal vez si
resolviéramos nuestro problema racial y nuestro problema de pobreza (una
vez más, número uno en el mundo industrializado) habría menos personas
frustradas, atemorizadas y encolerizadas extendiendo la mano hacia el
arma que guardan en el cajón. Tal vez nos cuidaríamos más unos a otros
(he aquí un buen ejemplo de esto).
Eso es lo que pienso acerca de Aurora
y del violento país del cual soy ciudadano. Y lo que nos hace falta,
amigos míos, es el valor y la determinación. Si ustedes están listos, yo
también.
(Tomado de La Jornada)
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