Por F. Vladimir Pérez Casal
Tomado de Cubadebate
La libación es un acto divino que nos acompaña y Memoria de mundos varios (Ediciones Unión, La Habana, 2012) fluye como un líquido de principio a fin.
La “culpa” de su autor, Raúl Roa Kourí -Raulito para sus amigos- es
escribir como contaban las historias los de antaño, con gracia y verbo,
como mismo lo hacían nuestros cuenteros y prosistas quienes, desde la
cultura, sin desmesura pero sin carencias, embobecían al lector con su
estilo, límpidos y exquisitos, usando las palabras de todos los días y
de los días de fiesta; en fin Literatura.
“Memoria … es un ejemplo, bueno, también para demostrar que los
embajadores no sólo escriben una literatura prohibida a los ojos del
común mortal (es cierto que los embajadores escriben a sus gobiernos,
algunos tonterías, otros no, por suerte); sino que son capaces de
re-contar sus recuerdos y vivencias de ciudades entrañables y vívidas,
como mismo el autor hace al mencionar Nueva York, Londres, México, Roma,
París, Praga o incluso la nimia Calcata, pero se percibe ese peso en el
pecho que crea la que se ha dejado atrás, la suya, La Habana, en la que
han quedado sus seres más entrañables.
Raulito lleva a sus amigos y a quienes quiere - como fardo a la
espalda o libro bajo el brazo-, a todos lados y “Memoria….” lo
demuestra; pero también “Memoria….” nos lleva a un espacio “otro” de los
amores del autor, el de los recuerdos de familia, y de quienes ya no
están; toca con dolor y cariño la desaparición de algunos, porque
recordar a los amigos y a quienes se quiere constituye siempre un acto
de cariño y respeto. Raúl nos acerca a los “abandonados” -como hace con
Mambo- su perro regalado, que nos relata sus vivencias. Raúl porta a los
héroes hacia al lector, míticos personajes de la historia patria sin
mentiras, como seres humanos, en la piel de las personas, vivos, como
recordatorio fiero y de aprendizaje, todos salimos del pueblo.
Vivian Lechuga, en la edición, organizó el libro como una libación de
textos que van de la risa a la reflexión, de la salud del brindis
copioso a la ternura, amor y sed - con constante saber; en tanto el
“monstruo alado” de la ilustración de cubierta de Lilian Martinó -la
Lili de Raulito-, te anuncia el vuelo del texto y recuerda a todos las
palabras del poeta Nicolás Guillén; la existencia de un “… único remedio
valedero contra la maldad y la muerte: el amor de mujer”.
Este misterio de contar historias no es cosa simple, no es solo una
agrupación de morfemas, porque sin el embrujo de hacernos reír y de
hacernos pensar, de convocarnos a la reflexión o al recuerdo o a la
curiosidad (aunque desate envidias o “invidias” -peores porque son
interiores- como decía un editor de otro libro de Raúl (Bolero y otras
Prosas. La Habana, 2000)-, no tendría valor, sin que de forma y
contenido uniera a quien cuenta con quien lee.
Este texto, el de elogio, tiene más de un “problema” reconocido,
carga fardos, largos y pesados; uno tal vez sea el invocador proverbio
de Sirmond: “Si bene commemini, causae son quinque bibendi, Hospitis
adventus, praesens sitis, atque futura, et vini bonitas et qualibet
altera cosa (si recuerdo bien cinco son los motivos para beber, la
llegada del huésped, la sed presente y futura, la bondad del vino y
cualquier otra cosa)”, otro podría ser que está escrito por un amigo,
que entre algunas de las “glorias” que guarda en su pasado es la de
haber “apedreado” junto a su hermano el auto del doctor Roa, cuando
éramos niños; y que trabajó cercano a Raulito en La Habana y Roma, pero
que por sobre todo, mantiene el orgullo de quererlo junto a sus hijas
como uno solo.
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